El alma tiene sus escrúpulos. Cosas que no pueden decirse.
Seamus Heaney
Escribir era dejarse los cuadernos semi-abiertos, asomando la desgracia que no llegaba nunca. Escribir eran ojeras, arañazos en la cara, la carne solapando a la palabra. Nunca llegaba el sueño. Y el pulso regocijándose mamífero.
Traduciendo la música y la luz –el silencio matemático me cohíbe- pero no desde la reflexión, traduciendo desde la inexperiencia del velocista.
El final es indecible, nunca sé nombrar a las personas, movimientos reciclados sobre la ciudad que me rehúye.
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